viernes, 27 de mayo de 2016

Todo es personal


En algún lugar, en algún momento, a alguien se le ocurrió la fantástica idea de decir “Esto no es nada personal”. Desconozco la razón de esa declaración y el contexto en el que surgió, sin embargo de voz en voz fue comunicándose la certeza de que esa ponderación debía ser aplicada al mundo de los negocios.

Recientes trabajos del psicólogo estadounidense Daniel Goleman han dado muestra de lo bautizado con el nombre de “Inteligencia emocional”, que en esencia es el equilibrio entre lo que pensamos, lo que sentimos, y la manera en que reaccionamos ante los eventos de la vida con la combinación de ambos factores.

Es bien sabido que en una moneda hay siempre dos caras y cada una de ellas tiene igual importancia, no se entienda igual significado, pues son partes (ambas) del mismo valor. Hoy sólo me referiré a una de ellas: la del rostro del trabajador.

Quien realiza una labor está vinculado irremediablemente, por fortuna, a llevarla hasta efecto con la ayuda o a pesar de sus condiciones personales: características innatas como el sexo o la complexión, la edad y la experiencia, el lugar de origen y su contexto socio-temporal, la lengua materna, las oportunidades de acercamiento y experimentación directa con la cultura y el arte, la exposición a la tecnología y los medios de comunicación, hábitos de salud y consumo, etc.

Nos pasa por enfrente de nuestras narices que una mujer y un hombre no trabajamos igual, pese a nuestras mejores intenciones de equidad e igualdad de oportunidades. No se trata de eso. Es tan desigual como la manera en la que trabajan dos hombres o dos mujeres haciendo la misma función.

Cada persona, desde su individualidad,
imprime una huella única en su labor.

En ése sello irrepetible se incluyen –cual genética determinación– su manera de analizar el requerimiento laboral, el modo en el que aplica sus herramientas cognitivas y afectivas, la forma en la que realiza dicha tarea, e incluso en momento de su vida en el que se encuentra al efectuarla.

No se diga entonces que el trabajo es un campo impersonal. Por el contrario, representa en gran medida la posibilidad de desarrollarse personalmente, de obtener medios para la realización y la trascendencia, y de autoposicionarse con respecto al mundo. Es simple, ¿cuántas veces respondes a qué te dedicas cuando te preguntan quién eres?

Hacer el trabajo haciéndolo personal provoca que te involucres, que sientas cada acción que realizas, que sea importante para ti, que asumas un compromiso contigo, con tu responsabilidad asignada, con tu equipo de trabajo, con tu empresa y su misión, e incluso, si quieres verlo en el plano global, con la humanidad.

Por eso el éxito profesional que se manifiesta a través de un ascenso en el escalafón empresarial, un reconocimiento público por un reto alcanzado, o una oficina personalizada con detalles de quien la vive, hace que el trabajo sea más que incentivos económicos en una cuenta bancaria.

Así que, cuando te sientas satisfecho o luches contra la frustración en el trabajo, acepta y controla tus emociones con inteligencia. Haz de saber que todo es personal.