Pareciera que ser nómada incansable y disponerse a la buena ventura interminable está sobrevaluada, tanto como devaluada está la estabilidad laboral del día a día y las anheladas quincenas; haciendo del primero un medio infalible para alcanzar la felicidad y de la segunda un camino hacia la frustración.
Cada vez son más los estímulos de los medios, principalmente internet, que hablan de gente con vidas extraordinarias y aventuras únicas, en los que encontramos un común denominador: no están sujetos a un trabajo que les impone una labor repetitiva, un horario estricto o una evaluación de rendimiento. Nos hacen pensar que la libertad absoluta para recorrer el mundo en bicicleta o para escalar los picos más altos son en sí algo a lo que todos deberíamos aspirar y, en consecuencia, quien no lo haga es porque no quiere ser libre y feliz.
Para la mayoría de los abuelos de hoy esta filosofía trotamundos no es más que una fórmula para la catástrofe y el desperdicio de una vida que podría ser productiva, pues ellos son reflejo del pensamiento propio de su época en el que un único trabajo era necesario y suficiente, al igual que una única familia, una única vivienda y un único lugar de residencia (el de su familia). Casi podría asegurar que no pasaba por su mente si esa forma de ver su mundo les provocaba felicidad o no. Simplemente así era y era incuestionable dicha herencia ideológica.
Los padres de hoy, también reflejo de un mundo en constantes cambios de toda índole, ya se preguntan la efectividad de esa forma de vivir y, muy a pesar de sus predecesores, han tenido que aceptar inestabilidad en el mercado laboral, ausencias del hogar por doble turno y de ambos padres, cambio de país por motivo de trabajo, e incluso incertidumbre en un plan de pensión.
Los hijos de hoy no sólo cuestionan el mundo
sino que se arriesgan a transformarlo.
Casi podría asegurar que ni siquiera se detienen a cuestionar o cuestionarse si aquello que desean y hacen les provee de felicidad. Es algo inseparable la felicidad de lo que desean y por eso mismo es por lo que lo hacen. Pero ya no se sujetan a la idea de un trabajo estable y hasta ese aspecto les provoca rechazo. No es que no quieran trabajar es que no les apetece uno solo hasta envejecer.
¿Son felices los trabajadores de oficina? No tendría por qué ser lo contrario. El problema no es el trabajo de oficina en sí. El problema es cuando, mayormente los jornaleros, no nos sentimos satisfechos con lo que hacemos y levantarnos con la alarma matutina nos provoca improductividad, conflictos en el equipo de trabajo y, en el fondo, infelicidad y frustración.
Recientemente veía el documental “Happy (Feliz)” del cual recuperaré uno de los pensamientos que encontraron nido en mí: “La fórmula de la felicidad no es igual para todos, pero la buena noticia es que las cosas que realmente nos gusta hacer son los pilares de una vida feliz. Jugar, tener nuevas experiencias, conectar y compartir con la familia y los amigos, hacer cosas que tienen significado espiritual para la persona y la comunidad, apreciar lo que tenemos. Estas son cosas que nos hacen felices y son gratis. No hablamos de ‘¡Oh! Tengo que cambiar mi vida radicalmente y romper con mi pasado, y así convertirme en una mejor persona’. No consiste en eso. El truco es ser auténtico. Y en cuanto a la felicidad cuanta más tienes tú, más tiene todo el Mundo.”