martes, 27 de septiembre de 2016

Líder es sustantivo y adjetivo


Yo creo que sin líderes la Humanidad no habría llegado hasta este nivel de civilización. Con todo y los muchos y grandes errores a los que nos han arrastrado. Y sigue la mata dando.

Gracias a un líder los hombres que se refugiaban en cavernas salieron a casar bestias y, supongo que al menos uno los organizó de algún modo para enfrentar el reto, sobrevivir y regresar con comida. Gracias a una lideresa las mujeres cavernícolas mantuvieron encendida la llama de la hoguera (de ahí la referencia a lo que llamamos “hogar”) y cuidaron la descendencia del clan. Con el crecimiento exponencial de la población y los avances en el conocimiento este método de supervivencia se diversificó y tecnificó. Sin embargo, en algún punto perdimos el concepto de liderazgo que a todos debía beneficiarnos y ahora no se trata de la supervivencia sino de la superioridad.
 
Como sustantivo, el sujeto en un enunciado hace o recibe la acción de un verbo. Como adjetivo, un valor o calificativo es adjudicado al sujeto de un enunciado. Como uno u otro mucho se reconoce a líderes empresariales, sociales, políticos, económicos y hasta delincuenciales.

Pero si, en términos generales, ya no tenemos que salir al mundo preocupados por sobrevivir a las condiciones de la naturaleza, ¿cómo se impuso la supremacía del líder? Una palabra: poder.

Este ingrediente fermentó una receta en la que cada vez más y más atribuciones, facultades y beneficios se otorgan al ser líder, y de acuerdo a sus objetivos y anhelos, buenos o malos, es que los demás debemos de actuar. Siempre existe la opción de no estar de acuerdo, pero casi nunca hay mecanismos para lograr un cambio efectivo que resuene hasta la cúpula.

Ejemplos muchos. La autonombrada “autoridad” tiene la atribución de representar a la mayoría cuando es electo democráticamente y está facultado para tomar decisiones por ésta, sin embargo ¿con ello beneficia a la colectividad?

En Enero de 2015 tuve la oportunidad de charlar con el líder social Javier Sicilia, con quien debatía la fantasía nacionalista de los caudillos, es decir esas figuras de la historia oficial que se atrevieron a desafiar al poder, pese a poner su vida en riesgo, y que con sus obras de liderazgo son a quienes “les debemos la patria”. Y reflexionábamos ¿los disidentes de hoy serán héroes nacionales del futuro?
 
Hoy ¿quién se dispone a confrontar a un mal gobernante? No se entienda por la vía de las armas porque para eso presumimos de hacer uso del diálogo como nuestra mejor herramienta. La fórmula está dada en una sencilla malicia: Se establecen para los ciudadanos las vías de la legalidad (es decir, de lo que las leyes expresan y permiten), sí, pero éstas fueron elaboradas y aprobadas con guirnaldas de victoria por las mismas autoridades y, por ende, están estratégicamente planteadas para que haya “poder de manifestación” –regularmente en contra, porque para echar porras ya tienen los actos políticos– y para que no haya “poder de cambio”. Así nos pasó con la decepción de la propuesta de ley “3 de 3”. No necesito decir más.
 
Así que atención a quienes me lean justo ahora: si eres ciudadano, tenemos que encontrar una manera efectiva de participar en las decisiones que nos beneficien a todas y todos en la colectividad; si eres autoridad, no olvides que eres ciudadano.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Veo gente hipócrita


Simple: ¿Por qué en lugar de respetar los asuntos civiles (como lo exige la Ley), los ministros de la Iglesia Católica no están utilizando sus púlpitos para promover la paz y dejar al César lo que de éste sea? Y ¿por qué en lugar de politizar un asunto de derechos humanos, los legisladores no están utilizando sus curules para establecer un diálogo serio (o sea, que no parezca circo o talkshow) y mantener a Dios al margen de lo que a Éste le corresponda.

Cuando se anunció la noticia de que Peña Nieto pretendía intervenir la figuras del matrimonio, la adopción y la familia, la sociedad mexicana conservadora interpretó que la pérdida de valores estaba a punto de rebasar el límite del vaso y, en consecuencia, más que dar un orden a la convivencia estaba imponiéndose un riesgo para la paz social y la supervivencia humana. Las reacciones no fueron ni lentas ni menores.
Cuando el candidato Trump estableció como pilar de su campaña presidencial un directo ataque hacia los inmigrantes, en particular los mexicanos, la sociedad con espíritu nacionalista interpretó que la declaración de guerra era inminente y, en consecuencia, más que prever una prometedora relación con el vecino del norte se imponía un atentado contra la paz internacional y la seguridad de ambas naciones. Las reacciones no fueron ni lentas ni menores.

¿Qué tienen en común ambos eventos?
Tanto el rechazo a la unión civil igualitaria y a la adopción homoparental como el desprecio a los inmigrantes están marcados por el desprecio y la exclusión.

Podría argumentar en ambos casos que son obra de la ignorancia, pero –personalmente– creo que sería una justificación muy ingenua, al grado absurdo de compararlos con el animal que se acerca a la fuente de agua en África y resulta devorado por una bestia. El antílope y el cocodrilo, sin duda, actúan por naturaleza. Los auto-abanderados de la familia y el líder norteamericano no al pronunciarse por una campaña de odio y violencia.

Aunque no me desgastaré en argumentar si considero que están en lo cierto o están equivocados, mucho menos en calificar sus acciones y promociones como buenas o como malas. ¿Quién soy yo para lanzar la primera piedra libre de pecados?

Lo que sí pretendo evidenciar es la sobrepasada hipocresía que apesta los trajes de marca de algunos políticos protegidos por su falsa sensibilidad con las causas populares y la pecaminosa hipocresía que pudre las sotanas de algunos sacerdotes ocultos en la jerarquía eclesiástica. Sí, con todas esas letras. Porque mientras apuntan con el pulgar y pronuncian declaraciones de repudio a la despiadada propaganda del gringo, con la otra mano esconder su deber público y moral de velar por el bienestar de su pueblo (término bien aplicado en ambos contextos).

Mas no se malinterprete. Que yo entiendo la estrategia política de tomar como bandera la protección de Norteamérica ante los indeseables criminales que cruzan la frontera, no significa que yo apoye su postura de que todas las mexicanas y todos los mexicanos somos una lacra. Que yo acepte que en la diversidad de opiniones exista una que defienda la creencia de que un matrimonio es compuesto sólo por un hombre y una mujer, no significa que yo aplauda su campaña manipulada y manipuladora.

Yo también estoy preocupado por la familia, empezando por la mía, sin intervenir en la del vecino –tal como todas y todos debemos hacerlo–, pero más que inquieto por la reformas civiles (que nada tienen que mezclarse con la fe en un Estado laico) me turba la enseñanza que están aprendiendo niñas, niños y jóvenes en la que confundan las diferencias con el rechazo y, en lo profundo, de que es más importante entremeterse en la vida ajena que esforzarse en lograr que la propia sea más plena y feliz.

Así que, cualquiera que tenga una opinión contraria a esto, respeto pero no se meta con mi familia. ¡Ah! Y pongan el disco de Juanga para recordar su invaluable legado.

martes, 2 de agosto de 2016

Trabajo por necesidad


Pareciera que ser nómada incansable y disponerse a la buena ventura interminable está sobrevaluada, tanto como devaluada está la estabilidad laboral del día a día y las anheladas quincenas; haciendo del primero un medio infalible para alcanzar la felicidad y de la segunda un camino hacia la frustración.

Cada vez son más los estímulos de los medios, principalmente internet, que hablan de gente con vidas extraordinarias y aventuras únicas, en los que encontramos un común denominador: no están sujetos a un trabajo que les impone una labor repetitiva, un horario estricto o una evaluación de rendimiento. Nos hacen pensar que la libertad absoluta para recorrer el mundo en bicicleta o para escalar los picos más altos son en sí algo a lo que todos deberíamos aspirar y, en consecuencia, quien no lo haga es porque no quiere ser libre y feliz.

Para la mayoría de los abuelos de hoy esta filosofía trotamundos no es más que una fórmula para la catástrofe y el desperdicio de una vida que podría ser productiva, pues ellos son reflejo del pensamiento propio de su época en el que un único trabajo era necesario y suficiente, al igual que una única familia, una única vivienda y un único lugar de residencia (el de su familia). Casi podría asegurar que no pasaba por su mente si esa forma de ver su mundo les provocaba felicidad o no. Simplemente así era y era incuestionable dicha herencia ideológica.

Los padres de hoy, también reflejo de un mundo en constantes cambios de toda índole, ya se preguntan la efectividad de esa forma de vivir y, muy a pesar de sus predecesores, han tenido que aceptar inestabilidad en el mercado laboral, ausencias del hogar por doble turno y de ambos padres, cambio de país por motivo de trabajo, e incluso incertidumbre en un plan de pensión.

Los hijos de hoy no sólo cuestionan el mundo
sino que se arriesgan a transformarlo.

Casi podría asegurar que ni siquiera se detienen a cuestionar o cuestionarse si aquello que desean y hacen les provee de felicidad. Es algo inseparable la felicidad de lo que desean y por eso mismo es por lo que lo hacen. Pero ya no se sujetan a la idea de un trabajo estable y hasta ese aspecto les provoca rechazo. No es que no quieran trabajar es que no les apetece uno solo hasta envejecer.

¿Son felices los trabajadores de oficina? No tendría por qué ser lo contrario. El problema no es el trabajo de oficina en sí. El problema es cuando, mayormente los jornaleros, no nos sentimos satisfechos con lo que hacemos y levantarnos con la alarma matutina nos provoca improductividad, conflictos en el equipo de trabajo y, en el fondo, infelicidad y frustración.

Recientemente veía el documental “Happy (Feliz)” del cual recuperaré uno de los pensamientos que encontraron nido en mí: “La fórmula de la felicidad no es igual para todos, pero la buena noticia es que las cosas que realmente nos gusta hacer son los pilares de una vida feliz. Jugar, tener nuevas experiencias, conectar y compartir con la familia y los amigos, hacer cosas que tienen significado espiritual para la persona y la comunidad, apreciar lo que tenemos. Estas son cosas que nos hacen felices y son gratis. No hablamos de ‘¡Oh! Tengo que cambiar mi vida radicalmente y romper con mi pasado, y así convertirme en una mejor persona’. No consiste en eso. El truco es ser auténtico. Y en cuanto a la felicidad cuanta más tienes tú, más tiene todo el Mundo.”

martes, 26 de julio de 2016

Merecidas vacaciones


Cuando uno se desprende temporalmente de su lugar de trabajo es fácil pensar que todo puede resultar maravilloso durante el periodo vacacional. No tiene por qué ser de otro modo. Sin embargo, los turistas no siempre consideramos a quienes sí están en labores.


El complejo sistema que nos atiende a los visitantes es una serie de engranes, como toda organización, de grandes y pequeñas acciones que sin cada una podríamos no sentirnos atendidos con la calidad y calidez que merecemos.

Pero no todo lo que hacen por nosotros es esencial y parece que otros han encontrado nichos laborales en donde algunos quieren olvidarse de todo lo que les provoque fatiga. Me refiero específicamente a los botones, maleteros o bellboys, a quienes hemos alimentado (casi literalmente hablando) con nuestro agradecimiento traducido en “propinismo”. No se considere que pienso que ellos son agendes del Infierno, sino que su afán de elevarnos al Paraíso me parece incómodo y su puesto innecesario si cada quien puede correr con las consecuencias del equipaje que pretende llevar y regresar. A mí.

¿Es una obligación moral o un contrato comunitariamente aceptado? ¿Es solidaridad con la desigualdad de oportunidades de trabajo? No lo sé. Tal vez haya quien sí considere necesaria su operación de tomar las pertenencias y encaminar a los visitantes por algunos metros.

Por otro lado encontramos a todos los prestadores de servicios y comercializadores de bienes. Por ejemplo al transporte público y privado, al gremio hotelero y restaurantero de alimentos y bebidas, a las tiendas de recuerdos y artículos de uso. Y es aquí donde tengo que recordar el refrán de que “el que convierte, no se divierte”.

Es común encontrarnos en bares donde una cerveza tiene el precio de todo el paquete que conseguimos en el expendio, la bebida de café de franquicia al costo de una bolsa completa en el supermercado, o un platillo que puede alcanzar una considerable proporción de nuestra alacena familiar. Nadie nos obliga a consumir y si fuera por esta reflexión muchos ni siquiera saldríamos de casa.


Entonces ¿qué estamos pagando?

La respuesta es crucial. El servicio de muchas personas que mantienen el establecimiento en operación, la atención amable de quienes nos reciben (aún sabiendo que ésa es su obligación adquirida cuando aceptaron ese trabajo), y en todos los casos la experiencia que nos ofrecen para que la transformemos en anécdotas y memorias de vida.

Lo hacemos todos los días, sin necesidad de andar de viaje. Es el precio que se paga por un “no lo haga usted mismo”, e incluye la transportación si no queremos manejar nuestros automóviles, la mensajería y paquetería si no lo entregamos por nuestra cuenta, la representación legal si no tenemos los conocimientos, entre muchos actos que otros hacen por nosotros. Y si lo reflexionamos, seguramente somos el eslabón de otra cadena que les brinda servicio a unos más, quienes tampoco lo hacen por su cuenta, y así nos ganamos el sustento.

Por eso, no dudemos de nuestro trabajo y hagámoslo como si fuera para nosotros mismos.

martes, 21 de junio de 2016

Paternidad responsable


Escuché, no hace mucho tiempo, a un investigador social hablar acerca del efecto que “sentar cabeza” tiene sobre un trabajador, en particular me referiré a los varones. La premisa partía de la fórmula donde el desempeño laboral de un hombre era directamente proporcional a las responsabilidades que asumía en su hogar.

Visto desde una perspectiva de crecimiento que las personas tenernos a lo largo de nuestra vida, puedo creer dicho planteamiento sin necesidad de una evaluación exhaustiva de instrumentos de medición de fenómenos sociales y resultados. La cosa es simple: cuando somos niños, mayoritariamente somos dependientes (salvo sus honrosas excepciones en las que el trabajo infantil –voluntario o no– se hace presente); luego en la adolescencia, la prioridad es buscar un rumbo, descubrir la vocación e incluso cometer algunas imprudencias como parte del ejercicio de la voluntad, la decisión y descubrir así las consecuencias de nuestros actos.

Pero en la adultez, la cosa cambia. Una vez que nos hemos imaginado a nosotros mismo, al menos medianamente para el resto de nuestras vidas, orientamos los esfuerzos por prepararnos, ya que a través de la obtención de herramientas intelectuales y/o destrezas motrices es que nos colocamos en una posición de trabajo. Algunos con la esperanza de desarrollar constantemente y con pasión esa actividad productiva. Eso apoyado en el caso generalizado de que somos adultos los que a la par de estabilizar nuestra vida personal vamos consolidando la laboral.

Y aunque no son excepciones que confirmen la regla, sí son cada vez más frecuentes los casos de adolescentes que son insertados al trabajo por obligación, ya que han de responder ante una paternidad no planeada. Con ello, pierden prioridad la formación educativa y profesional. Peligrosamente, mientras en lo laboral se asumen responsabilidades para enfrentar las exigencias del hogar y de la familia, al mismo tiempo se continúa en esa etapa imprudencial del desarrollo emocional.

Confieso que alrededor de mis 20 años imaginaba tener mis propios hijos y, en ese entonces y durante los años siguientes, no lo concebí. Seguro de que muchos niños sobreviven –lamentablemente– en medio de la pobreza, mi precario sentido paternalista no me permitía proceder hasta no estabilizarme.
No dejaba de pensar ¿Cómo voy a pagar un hijo?

Luego, me hice de otras dependencias lícitas que han absorbido mi presupuesto personal, unas veces menos y otras tantas más de lo que representaría el gasto promedio de un hijo: protección, alimentación, educación y diversión.

Ahora que miro hacia atrás supongo (porque no hay hubieras) que en cualquiera de mis etapas emocionales habría dado respuesta a una personita que me llamara “papá”. En sí la necesidad de manutención habría provocado que yo trabajara más arduamente para conseguir los recursos.

Sinceramente, no extraño ser papá porque es algo que nunca he sabido bien qué se siente. En todo caso he tenido la fortuna de que los hijos de mis hermanos sean un soplo de aliento que me mantiene en movimiento. Trabajo por muchas razones, mas he descubierto como otros padres de familia que no se trata sólo de poner comida en la mesa, sino de que el trabajo sea un motivo de orgullo para ellos.