Simple: ¿Por qué en lugar de respetar los asuntos civiles (como lo exige la Ley), los ministros de la Iglesia Católica no están utilizando sus púlpitos para promover la paz y dejar al César lo que de éste sea? Y ¿por qué en lugar de politizar un asunto de derechos humanos, los legisladores no están utilizando sus curules para establecer un diálogo serio (o sea, que no parezca circo o talkshow) y mantener a Dios al margen de lo que a Éste le corresponda.
Cuando se anunció la noticia de que Peña Nieto pretendía intervenir la figuras del matrimonio, la adopción y la familia, la sociedad mexicana conservadora interpretó que la pérdida de valores estaba a punto de rebasar el límite del vaso y, en consecuencia, más que dar un orden a la convivencia estaba imponiéndose un riesgo para la paz social y la supervivencia humana. Las reacciones no fueron ni lentas ni menores.
Cuando el candidato Trump estableció como pilar de su campaña presidencial un directo ataque hacia los inmigrantes, en particular los mexicanos, la sociedad con espíritu nacionalista interpretó que la declaración de guerra era inminente y, en consecuencia, más que prever una prometedora relación con el vecino del norte se imponía un atentado contra la paz internacional y la seguridad de ambas naciones. Las reacciones no fueron ni lentas ni menores.
¿Qué tienen en común ambos eventos?
Tanto el rechazo a la unión civil igualitaria y a la adopción homoparental como el desprecio a los inmigrantes están marcados por el desprecio y la exclusión.
Podría argumentar en ambos casos que son obra de la ignorancia, pero –personalmente– creo que sería una justificación muy ingenua, al grado absurdo de compararlos con el animal que se acerca a la fuente de agua en África y resulta devorado por una bestia. El antílope y el cocodrilo, sin duda, actúan por naturaleza. Los auto-abanderados de la familia y el líder norteamericano no al pronunciarse por una campaña de odio y violencia.
Aunque no me desgastaré en argumentar si considero que están en lo cierto o están equivocados, mucho menos en calificar sus acciones y promociones como buenas o como malas. ¿Quién soy yo para lanzar la primera piedra libre de pecados?
Lo que sí pretendo evidenciar es la sobrepasada hipocresía que apesta los trajes de marca de algunos políticos protegidos por su falsa sensibilidad con las causas populares y la pecaminosa hipocresía que pudre las sotanas de algunos sacerdotes ocultos en la jerarquía eclesiástica. Sí, con todas esas letras. Porque mientras apuntan con el pulgar y pronuncian declaraciones de repudio a la despiadada propaganda del gringo, con la otra mano esconder su deber público y moral de velar por el bienestar de su pueblo (término bien aplicado en ambos contextos).
Mas no se malinterprete. Que yo entiendo la estrategia política de tomar como bandera la protección de Norteamérica ante los indeseables criminales que cruzan la frontera, no significa que yo apoye su postura de que todas las mexicanas y todos los mexicanos somos una lacra. Que yo acepte que en la diversidad de opiniones exista una que defienda la creencia de que un matrimonio es compuesto sólo por un hombre y una mujer, no significa que yo aplauda su campaña manipulada y manipuladora.
Yo también estoy preocupado por la familia, empezando por la mía, sin intervenir en la del vecino –tal como todas y todos debemos hacerlo–, pero más que inquieto por la reformas civiles (que nada tienen que mezclarse con la fe en un Estado laico) me turba la enseñanza que están aprendiendo niñas, niños y jóvenes en la que confundan las diferencias con el rechazo y, en lo profundo, de que es más importante entremeterse en la vida ajena que esforzarse en lograr que la propia sea más plena y feliz.
Así que, cualquiera que tenga una opinión contraria a esto, respeto pero no se meta con mi familia. ¡Ah! Y pongan el disco de Juanga para recordar su invaluable legado.
Estimado Jorge, si cada uno hicieramos lo que nos corresponde y como le digo a mis hijas, un poquito más, este país y este mundo sería diferente. No me excluyo porque sin quererlo o en plena consciencia estoy segura que he discriminado y cuando reflexiono me doy vergüenza. Como siempre he pensado podemos hacer mucho cuando empezamos por cultivar en nuestra familia, comenzando con nosotros, el RESPETO como religión, y el AMOR al prójimo como bandera de vida. No es fácil, pero podemos indentarlo día a día con su propio afán. Saludos.
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