martes, 21 de junio de 2016

Paternidad responsable


Escuché, no hace mucho tiempo, a un investigador social hablar acerca del efecto que “sentar cabeza” tiene sobre un trabajador, en particular me referiré a los varones. La premisa partía de la fórmula donde el desempeño laboral de un hombre era directamente proporcional a las responsabilidades que asumía en su hogar.

Visto desde una perspectiva de crecimiento que las personas tenernos a lo largo de nuestra vida, puedo creer dicho planteamiento sin necesidad de una evaluación exhaustiva de instrumentos de medición de fenómenos sociales y resultados. La cosa es simple: cuando somos niños, mayoritariamente somos dependientes (salvo sus honrosas excepciones en las que el trabajo infantil –voluntario o no– se hace presente); luego en la adolescencia, la prioridad es buscar un rumbo, descubrir la vocación e incluso cometer algunas imprudencias como parte del ejercicio de la voluntad, la decisión y descubrir así las consecuencias de nuestros actos.

Pero en la adultez, la cosa cambia. Una vez que nos hemos imaginado a nosotros mismo, al menos medianamente para el resto de nuestras vidas, orientamos los esfuerzos por prepararnos, ya que a través de la obtención de herramientas intelectuales y/o destrezas motrices es que nos colocamos en una posición de trabajo. Algunos con la esperanza de desarrollar constantemente y con pasión esa actividad productiva. Eso apoyado en el caso generalizado de que somos adultos los que a la par de estabilizar nuestra vida personal vamos consolidando la laboral.

Y aunque no son excepciones que confirmen la regla, sí son cada vez más frecuentes los casos de adolescentes que son insertados al trabajo por obligación, ya que han de responder ante una paternidad no planeada. Con ello, pierden prioridad la formación educativa y profesional. Peligrosamente, mientras en lo laboral se asumen responsabilidades para enfrentar las exigencias del hogar y de la familia, al mismo tiempo se continúa en esa etapa imprudencial del desarrollo emocional.

Confieso que alrededor de mis 20 años imaginaba tener mis propios hijos y, en ese entonces y durante los años siguientes, no lo concebí. Seguro de que muchos niños sobreviven –lamentablemente– en medio de la pobreza, mi precario sentido paternalista no me permitía proceder hasta no estabilizarme.
No dejaba de pensar ¿Cómo voy a pagar un hijo?

Luego, me hice de otras dependencias lícitas que han absorbido mi presupuesto personal, unas veces menos y otras tantas más de lo que representaría el gasto promedio de un hijo: protección, alimentación, educación y diversión.

Ahora que miro hacia atrás supongo (porque no hay hubieras) que en cualquiera de mis etapas emocionales habría dado respuesta a una personita que me llamara “papá”. En sí la necesidad de manutención habría provocado que yo trabajara más arduamente para conseguir los recursos.

Sinceramente, no extraño ser papá porque es algo que nunca he sabido bien qué se siente. En todo caso he tenido la fortuna de que los hijos de mis hermanos sean un soplo de aliento que me mantiene en movimiento. Trabajo por muchas razones, mas he descubierto como otros padres de familia que no se trata sólo de poner comida en la mesa, sino de que el trabajo sea un motivo de orgullo para ellos.

lunes, 13 de junio de 2016

Diversidad laboral


Hace algunos años, mientras era aspirante a un puesto de alta dirección, me preguntó la persona reclutadora “¿Hay algo que quieras decir para concluir la entrevista?”. Respondí “Sí. Hay algo que quiero pedir. Confianza.”
 
Mi argumento estaba relacionado no con una exigencia inicial de prestaciones laborales, sino con el establecimiento desde origen de un terreno sólido en el que ambos (la organización y yo como parte de ella) nos beneficiáramos. Porque estoy convencido de que todas las relaciones, incluyendo las de trabajo, deben cimentarse en la coparticipación y confidencialidad.
 
En consecuencia, no fui contratado. No sólo porque quizás pareció ostentosa mi solicitud sino porque, para mi lamentable perjuicio, intervino un funcionario político en el proceso de reclutamiento y con un estirón de su poderosa mano provocó que se le asignara la vacante a otro postulante de su predilección.
 
Sin embargo, de esa experiencia rescato lo positivo, que fue abogar por las óptimas condiciones laborales con las que pudiera cooperar para el logro de los objetivos de la organización. Imagino el cómo habría estado yo en ese trabajo sin eso que estoy convencido que era esencial. Si ésa fue la razón de la negativa a mi contratación ¡Qué bueno que no me dieron el puesto!
 
La confianza de la que yo hablo tiene que ver
con algo más allá de las credenciales académicas
y la trayectoria profesional.
 
Corresponde al voto de fe que la empresa deposita en su plantilla, más aún cuando se trata de su equipo gerencial y agentes líderes. Sé que es algo intangible y subjetivo, pero si no fuera por su instinto los reclutadores evaluarían máquinas para la operación, no a personas.
 
¿Cuáles son las señales y alertas a las que debe atenderse? Tiene que ver con la primera impresión que provocamos, desde la higiene y el arreglo personal, sí. Tanto como el desenvolvimiento seguro y abierto en la entrevista, así como aspectos de la vida personal que puedan influir en el desempeño de quien ocupe una posición estratégica.
 
Después de que en E.U.A. se difundió la política de “Don’t ask. Don’t say.” referente a la orientación sexual entre los criterios de ingreso al servicio (prioritariamente) militar, la comunidad LGBT creyó sentirse invadida. Yo creo que no está de más preguntar. Pero también creo que éste no debe ser un juicio discriminatorio en el proceso de selección de aspirantes a cualquier actividad productiva.
 
Una vez me dijo un amigo “Todos los días estoy entre gente que tiene poco criterio de inclusión a la diversidad y en la empresa tal vez no haya persecución porque trabajamos con estándares internacionales y respeto a las garantías individuales. Pero tampoco quiero arriesgarme a que impidan mi crecimiento, si mi capacidad y conocimiento son mayores que ese aspecto de mi vida privada.”
 
Ahora –nuevamente– nos sorprende lo sucedido en el atentado del Estado Islámico en Orlando, Florida, pero hemos reflexionado ¿Cuántos prejuicios involucramos nosotros diariamente? ¿Quien está a mi lado es verdaderamente tan diferente a mí por nuestras orientaciones sexuales, profesiones de fe, orígenes étnicos, capacidades físicas e intelectuales, idioma? Y esencialmente ¿Me afecta?